La turba del subsuelo arde desde agosto tras cuatro años sin agua - Algunos científicos alertan del daño irreversible si no se inunda ya el parque nacional
Diario EL PAIS RAFAEL MÉNDEZ - Daimiel - 12/10/2009
El director del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel avisa. "Pise con cuidado, detrás de mí y mirando al suelo. Esto puede hundirse en cualquier momento". Carlos Ruiz palpa con la punta de la bota antes de apoyar el pie. A veces el suelo se desprende. "A principios de año esta grieta del suelo medía unos centímetros", explica apuntando a un hueco en el que cabe una persona.
El incendio supone un punto sin retorno en el deterioro del parque
Los libros de texto dicen que Ruiz camina sobre una laguna. Sin embargo, el suelo es polvoriento y por todas partes se abren enormes grietas. Donde la vegetación cubre el terreno es mejor no adentrarse porque es fácil hundirse. "Todos los guardas se han caído alguna vez y hasta algún coche se ha quedado atrapado. Parece el resultado de un terremoto y va mucho más rápido de lo que podíamos prever".
Que el suelo esté agrietado en las Tablas es el antepenúltimo síntoma de que todo lo que puede ir mal va peor. El antepenúltimo, porque las grietas han desencadenado algo más grave, como explica Luis Moreno, hidrogeólogo del Instituto Geológico y Minero de España (IGME). Durante miles de años, bajo el agua de las Tablas se ha acumulado materia orgánica, principalmente de origen vegetal. En esas condiciones, sin oxígeno y empapada en agua, se forma la turba, una especie de carbón vegetal.
Cuando el suelo se seca, la turba pierde agua, se encoge y agrieta el terreno. El aire comienza a circular por los huecos. Y la turba, formada en ausencia de oxígeno, comienza a oxidarse y se calienta. Cuando supera cierta temperatura entra en autocombustión, arde sola bajo el suelo. La autocombustión no es más que la oxidación a toda velocidad.
La trágica sucesión comenzó en las Tablas de Daimiel en 2005, cuando se secaron las lagunas. No era la primera vez que se agostaban, ya que las decenas de miles de pozos, legales e ilegales, que han proliferado en la zona en 40 años han esquilmado el inmenso acuífero que rebosaba en las Tablas y en los ojos del Guadiana. La sequía en la cabecera del Tajo hizo que el Gobierno limitara los trasvases -de los que realmente vivía el humedal- hasta el parque nacional. La prioridad era el abastecimiento y el regadío en Murcia y Alicante.
El 26 de agosto pasado, Ruiz recibió la llamada que temía desde que en 2007 el IGME alertó de que de seguir las lagunas sin agua la turba entraría en combustión. Ese día un guarda le avisó de que de un agujero en el suelo cerca de la isla de las Cañas salía humo. Ruiz cree probable que el fuego llevara ya tiempo: "Agosto fue anormalmente cálido y ése fue el primer día en que por la noche bajó la temperatura. Por eso lo vimos ese día". El humo que sale es débil, disperso. Apenas se ve. Sólo cuando hace frío, por contraste con la temperatura exterior, se aprecian las fumarolas salir de las oquedades del terreno
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